Vientos de agua


Hace unos días acabó la que alguno críticos televisivos consideran como la mejor serie de la historia: Los Soprano. Reconozco que no he visto nada ella. Yo, el mismo día que en Estados Unidos emitían el último capitulo de los mafiosos, asistía al final de otra serie: la hispano-argentina Vientos de Agua. Evidentemente no lo hice a través de la televisión. Telecinco decidió rquitarla de la parrilla al cuarto capítulo porque, para la cadena, los dos millones y medio de seguidores que cosechó en sus primeras entregas no eran suficiente. Tanto fue así que la retiraron de la programación y decidieron que quien quisiera verla tendría que gastarse los dineros en el Dvd. La decisión no les salió mal, pues Vientos de Agua se convirtió en la segunda serie más vendida de 2006, sólo por detrás de una de las temporadas de Perdidos. En cambio sí fue un duro golpe para aquellos que piensan que es posible que un producto de este tipo conquiste a la audiencia. Decía el periodista Javier Pérez de Albéniz que el bajo seguimiento de Vientos de Agua marcaba el 'índice de embrutecimiento' de los telespectadores españoles. Algo que señalaba que a la gran mayoría de los televidentes, acostumbrados a un determinado tipo de televisión de baja calidad, les era difícil saber apreciar la belleza de este tipo de productos.
Lo cierto es que Vientos de Agua es una auténtica maravilla. Lo es en primer lugar porque tiene una factura impecable en cada uno de sus capítulos. Más que episodios el espectador presencia pequeñas películas. Los guiones, los actores, la dirección, la banda sonora, los decorados... todo los elementos confluyen en crear una auténtica joya cinematográfica. Pero no sólo la forma resulta atractiva. El fondo sirve para llevar a cabo una reflexión sobre un fenómeno tan de actualidad en nuestro país como la inmigración. La serie pone de relieve como la historia siempre se repite aunque en ella cambien los actores. En el caso de España, si en los años 30 éramos nosotros los que teníamos que salir de nuestra tierra hacia otros países para ganarnos la vida, hoy es justo al revés y son otros los que llegan a la península en busca de un futuro mejor. Esta reflexión es presentada en Vientos de Agua fuera de todo tipo de "buenismos". Las historias paralelas en la Argentina del pasado y la España del presente son narradas con un realismo que mueve al espectador a ejercer una reflexión sobre el tema.
Pero además la serie tiene toda esa ternura y belleza que impregnan muchas de las últimas películas del cine argentino como "El hijo de la novia" o "Luna de Avellaneda". No obstante el director de todas ellas es el mismo: Juan José Campanella. Si ya resulta difícil no coger cariño a sus personajes en la gran pantalla, en Vientos de Agua es aún más complicado, pues en el caso de José Olaya (su protagonista) lo que se nos narra es toda su vida, desde sus primeros pasos como adulto hasta los últimos de la vejez. Y de la misma manera que la nostalgia y la melancolía embargan al personaje en el capítulo final, el espectador se ve también inmerso en un sentimiento parecido, pues ambas sensaciones no son más que el fruto de recordar aquello que nos ha hecho felices. Y es que en los doce capítulos que preceden al último, Vientos de Agua ofrece momentos muy placenteros de los que da lástima despedirse. Proyectos como este es difícil que vuelvan a gestarse tal y como está el panorama actual de la televisión. Una lástima.