Fútbol y Juegos: mala combinación


Han empezado los Juegos Olímpicos, ¿o no?. Oficialmente hasta que no se celebre la ceremonia inaugural no se pueden dar por comenzados, pero ya se están disputando las competiciones de fútbol masculino y femenino. En estos momentos la Brasil de Ronaldinho acaba de vencer, con más dificultades de las previstas a Bélgica. Al ver este partido me pregunto cómo es posible que los belgas estén allí y España en casa. Lástima que nuestros Sub-21 se toparan con Italia en el torneo clasificatorio disputado el año 2 a.c. (no antes de Cristo, sino ‘antes de los complejos’ que nos quitamos en la pasada Eurocopa de Austria y Suiza). De todas maneras en fútbol es en el único deporte en el que no es una desgracia perderse la cita olímpica. Ambas realidades casan mal, seguramente por el espíritu que las caracteriza. Mientras que desde que el Barón de Coubertain leyera lo que hoy se conoce como el Manifiesto Olímpico, los Juegos han defendido siempre una serie de valores como la solidaridad, la hermandad o la paz. En el otro lado, el fútbol representa más que ningún otro deporte la vertiente del negocio. No quiero decir que los Juegos no tengan un componente económico importante ni que el fútbol no lleve a cabo acciones solidarias, pero es sí es cierto que es fácil advertir qué polo tiene mayor protagonismo en cada caso.
Para comprobar esta idea hay múltiples ejemplos. Mientras que en las fases finales de una Eurocopa o un Mundial resultaría impensable contemplar un estadio sin vallas publicitarias a ras de césped con los nombres de McDonalds, Coca-Cola, Adidas o demás grandes marcas, en los Juegos esos soportes publicitarios sólo se utilizan para inscribir en ellos los aros olímpicos y el nombre de la ciudad organizadora. Los JJ.OO. mantiene una mayor independencia respecto a las multinacionales que el fútbol, lo que en ocasiones provoca choques cuando se juntan. La Confederación Brasileña de Fútbol ha mantenido una disputa con el Comité Olímpico del propio país con motivo de la indumentaria del equipo que dirige Dunga. Mientras que la marca Olympikus es el proveedor oficial de los uniformes para toda la expedición brasileña, el equipo de fútbol se ha negado a utilizar esa indumentaria (por presión de Nike, que viste a este equipo habitualmente). Pese a que los equipos de fútbol olímpicos suelen llevar en su pecho el escudo del Comité del país, Brasil lleva el de la Confederación de Fútbol.
Cosas como estas no hacen más que demostrar el cierto recelo con el que la familia olímpica mira al considerado habitualmente como el deporte rey. Hoy en día es la única disciplina en la que participan ‘amateurs’. La reglamentación obliga a que los equipos estén comuestos por jugadores menores de 23 años, aunque se puede invitar hasta a tres jugadores que rebasen esa edad. Con lo cual, el campeón olímpico de fútbol no es el mejor del mundo, como en el resto de deportes. Resulta evidente que es una disciplina que está ‘de rondón’. Por eso poco importa que se empiece a disputar antes de la ceremonia inaugural o que se juege en varias sedes fuera del la ciudad organizadora (asuntos impuestos por la naturaleza de la competición pero que no costaría mucho adaptar de otra forma). Alguien debería cambiar todo esto, aunque no parece que existan mucho ánimo para ello.

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