Suerte y Justicia

La televisión nos acerca las cosas, pero a la vez las disfraza con un velo de irrealidad. Cuando uno ve la cantidad de desastres que pasan en el mundo a través de la pequeña pantalla, no las asimila realmente. Son como si fuera una película. Cambias el canal y se pasan. Es por ello que cuando ocurre algo cerca de ti te continúa pareciendo irreal. Uno no está entrenado para esas cosas. No creo que haya forma alguna de prepararse. Y casi es mejor no pensarlo.

Hay gente que dice que te haces adulto cuando tu jugador favorito es más joven que tú. Yo, inocentemente, pensaba así hasta hace un par de años. Fue cuando me di cuenta que, realmente, lo que hace que te des cuenta de tu condición de mortal es ser consciente de que vas a morir. Todos sabemos desde niños que somos mortales, pero en realidad no pensamos que podemos morir. Eso es algo que les pasa a los viejos o a gente con mala suerte, pero no a nosotros. ¡Cuan equivocados! Cualquier hijo de puta en una carretera puede mandarnos al otro barrio. O un desgraciado incendio que no has provocado, puede poner fin a tu vida. Poco importa que no tengas culpa, que la tengan los demás, que sea una cuestión de pésima suerte o que, gracias ha que salves a mucga gente seas tu el que muera. La Justicia no existe en la naturaleza, ni la divina ni la que tratamos de imponer los hombres. No sabemos cuando vamos a morir y es mejor no pensarlo. Pero si es bueno recordar aquello tan manido, pero no por ello menos falta de razón de que “la vida son dos días”. No merece la pena perderlos por parte de los que tenemos la suerte de seguir aquí. No sería justo.
C. H. D.E.P

Silencio


En Alcalá llegas a todos lados andando y en Madrid, con el Abono Transporte, lo haces en Metro y autobús. Así que apenas cojo taxis. Sin embargo tengo la impresión, de cuando era pequeño, de que los taxistas era gente simpática y afable. Cuando era niño tampoco es que fuera mucho en taxi, pero las veces en que viajaba en él recuerdo que el conductor siempre daba conversación.

El otro día fui en taxi por motivos laborales. A la ida el conductor no abrió la boca más que para preguntar dónde íbamos y cuanto era la carrera. En cambio, a la vuelta, disfruté de una agradable conversación sobre la cosa más importante de las cosas sin importancia: el fútbol. Banal, por supuesto, pero una charla agradable que sustituía el -para mí- incomodo silencio de la ida. Y es que el silencio entre dos personas puede ser de lo más cómodo o convertirse en una molestia ensordecedora. Ocurre cuando estás con alguien al que conoces y con el que no sabes de que hablar: compañeros de clase o trabajo, vecinos, amigos de amigos, familiares de familiares... Casi es peor cuando comienzas a hablar del tiempo. "Conversaciones de ascensor" las llaman. Nos vemos forzados a hablar no sé muy bien por qué. Todo lo contrario pasa cuando estás con amigos o familiares de verdad. Personas realmente cercanas a tí. Con esas puedes estar un buen rato sin hablar sin que exista incomodez ninguna. No hay que demostrar nada.

Así es el silencio entre personas. Sólo no molesta cuando estás realmente agusto con la persona con la que lo compartes. Una buena forma de saber quién forma parte verdaderamente de tu vida y quién, tan sólo, se cruza en ella.