El valor del equilibrio


En este momento Nacho Vegas congrega a un gran número de oyentes seduciendo a adeptos entre su habitual público del mundo indie y rascando cada vez más en el universo del mainstream. No resulta demasiado comercial para los del primero ni demasiado diferente para los del segundo. Así se explica que sea capaz de colgar el cartel de no hay billetes durante dos días consecutivos en la Joy Eslava y atreverse con un tercero en el Teatro Circo Price ante cerca de 1.500 personas. El boca a boca ha hecho cada vez más popular a un artista que evoluciona con los años, desde un discurso intenso, oscuro y dramático hacia composiciones más luminosas y directas. Afortunadamente es Nacho Vegas el autor de su propia evolución. La honestidad artística del asturiano destierra cualquier duda sobre si trata de venderse al dictado de lo comercial pasando de la densidad de canciones de 7 y 8 minutos a temas de 3 o 4 repletos de estribillos coreables. Probablemente esta transición se deba a un cambio en su propio horizonte vital, que parece más limpio de venenos artificiales y de episodios tormentosos. Ahora Nacho Vegas se pasa sus conciertos bebiendo un botellín de agua mineral y concentrado en ejecutar las canciones de la manera más brillante posible. En la terna de actuaciones que acaba de protagonizar en Madrid él y su banda han sonado a la perfección, como si hubieran conectado el CD y le hubieran dado al play. Sonido desnudo, porque escénicamente Nacho Vegas no aporta nada. Es hierático, apenas se mueve del sitio mientras actúa y las interacciones con el auditorio son escasas. Tampoco le preocupa que entre dos canciones hayan 30 segundos de silencio mientras coordina algún detalle con los músicos. Aun a costa de generar ciertas pausas anticlímax, todo el esfuerzo se concentra en la canción. En esta gira predominan las del último disco, La zona sucia, más aptas para el jolgorio popular que las de etapas anteriores. ‘Lo que comen las bruja’, ‘Perplejidad’ o ‘La gran broma final’ y otras composiciones anteriores, como ‘Michi Panero’ o ‘Va a empezar a llover’(que ya dejaban ver hacia dónde se dirigía su carrera) funcionaron muy bien ante la audiencia, a pesar de que la emoción del respetable no encontrara réplica en los causantes. Solo en ‘El mercado de Sonora’, la que cierra el bis, la banda se permite alguna licencia a ritmo de distorsión y final abrupto (tan abrupto que ni siquiera salen a despedirse del público). Han cambiado las canciones, pero no la actitud del gijonés, cuya timidez le impide convertirse en el frontman que algunos de los asistentes a sus conciertos esperan. Mientras que el nuevo público casa mejor con las nuevas canciones, Nacho Vegas parece seguir encontrándose más cómodo con los viejos temas. Cuando toca ‘Hablando de Marlén’ o ‘Canción de Palacio #7’, el artista brilla mientras el público calla a la espera de algún estribillo más que corear. Es lo que tiene andar entre dos espectros tan diferentes. Hasta ahora lo hace con equilibrio, pero resultará difícil que, con el transcurso del tiempo, Nacho Vegas no acabe resultando demasiado comercial para los indies y demasiado diferente parael mainstream.

La contaminación antideportiva del periodismo

Sid Lowe, escribía recientemente en Sports Illustrated un artículo titulado "Los medios de comunicación españoles anteponen la lealtad a su club a la información equilibrada". El periodista británico especializado en el fútbol español explica a una audiencia eminentemente norteamericana el modelo de la prensa deportiva española; cómo Marca, As, Sport y Mundo Deportivo "apoyan a sus equipos y hacen campañas en su nombre. Son fanáticos y manipuladores. Se ven a sí mismos como instrumentos de sus clubs -parte de la estructura-. Se han convertido en órganos de propaganda, no en periódicos". Dejando a un lado los evidentes motivos económicos que sustentan este modelo (“cada victoria del Madrid supone un extra de 10.000 ventas” indica Lowe citando al director de un periódico madrileño) también existen otros de índole puramente periodística.

En demasiadas ocasiones el periodismo especializado en deporte parece caer en la tentación de reproducir algunos de los atributos que convierten al espectáculo deportivo en algo tan atractivo para la sociedad y para ellos mismos, en detrimento de la información sobre el acontecimiento en sí. Cuando el periodismo deportivo prefiere ser deportivo a ser periodismo, vulnera la función social encargada a todo profesional de la información y lo hace básicamente sustituyendo los valores periodísticos por valores deportivos o, mejor dicho, antideportivos. Las permutas más habituales son las que hacen sacrificar la ‘objetividad’ por el‘enfrentamiento’ y el ‘rigor’ a cambio de ‘entretenimiento’.
  • El periodismo deportivo sacrifica un principio tan consustancial como la objetividad cuando se imbuye del espíritu de enfrentamiento propio del deporte. En esos casos, el periodista acaba tomando partido por un equipo o un deportista abandonando no sólo la objetividad, sino también su neutralidad. Esto supone aceptar la condición del periodismo como un oficio continuista cuyo único objetivo es mantener y aumentar un determinado perfil de audiencia al que parece que lo único que le interesa es que su equipo gane cada domingo en el terreno de juego y todos los días en la portada de su periódico.
  • El deporte entendido como espectáculo -que es la dimensión que predomina en la actualidad- es puro entretenimiento, factor que comparte con el periodismo. Sabido es que la prensa debe guardar un equilibrio en la información, la formación y el entretenimiento, pero esta última función se exagera en la prensa deportiva hasta el punto de sacrificar el rigor del relato periodístico por hacerlo más atractivo. El periodismo deportivo de hoy parece tener más de deportivo que de periodismo, demostrando un mayor empeño por buscar el entretenimiento de la audiencia que por cumplir su compromiso con la verdad.
Estas contaminaciones se entienden cuando se conoce un perfil de periodista deportivo muy presente en la profesión. Es aquel en el que su amor por el deporte resulta muy superior la vocación por el periodismo, estableciéndose así la figura del ‘forofo metido a periodista’ con una probidad nula hacia su profesión. Éste, en sintonía con la dirección del medio para el que trabaja, suele percibir una imagen del público como hinchada, produciéndose una identificación total entre el lector/oyente/televidente que consume la información deportiva y el seguidor de alguno de los participantes en la competición sobre la que se informa. Según esta idea, el público-hincha querrá de la misma manera que su equipo salga siempre vencedor en el terreno de juego y en los relatos de los medios. Este periodismo militante no podría sostenerse si no fuera porque es lo que se percibe que más réditos produce.