Nike ningunea al Atlético de Madrid y a Agüero

La marca deportiva Nike ha colocado una gigantesca lona cubriendo la fachada de un céntrico edificio de la Gran Vía madrileña. Se trata de un fotomontaje con las imágenes de distintos futbolistas posando en formación, como suelen hacer los once iniciales antes del comienzo de cualquier partido. Presumiblemente, el concepto del anuncio consiste en reunir una selección de jugadores que cumplan tres condiciones: ser estrellas, calzar botas de Nike y vestir en sus clubes o selecciones uniformes confeccionados por Nike. Así aparecen, entre otros, los barcelonistas Henry e Ibrahimovic; Rooney del Manchester United; Cesc con la camiseta del Arsenal, Materazzi por el Inter; o Ronaldo con varios compañeros del Corinthians. Si el futbolista que, pese a tener un contrato personal con Nike, juega en un club que viste otra marca pero participa en una selección equipada por marca americana, se aprovecha para sacarle con los colores nacionales. Son los casos de Cristiano con Portugal o Kaká con Brasil, que no pueden aparecer con la elástica del Real Madrid al ser de Adidas.


Resulta sorprendente la ausencia del Atlético de Madrid en un anucio colocado en su ciudad. Al conjunto madrileño le viste Nike, y en sus filas varios futbolistas tienen acuerdos con ella. Sin embargo nadie aparece con la camiseta rojiblanca. Ni siquiera el Kun Agüero. No se sabe muy bien si por deméritos del equipo o por desmerecimiento de la estrella argentina, Nike ha obviado incluirle en el anuncio. De esta manera, lo más parecido a un representante colchonero en esta lona es el 'mítico' John Heitinga, que dejó a principios de temporada el Calderón para irse al Everton.

Un apostol convencido del milagro

John Carlin narra con admiración cómo la inteligencia de Mandela y el poder del rugby fueron capaces de hacer realidad la utopía de la concordia en Sudáfrica

Título: EL FACTOR HUMANO
Género: ENSAYO
Autor: JOHN CARLIN
Título original: PLAYING THE ENEMY
Traductora: Mª LUISA RODRÍGUEZ TAPIA
Editorial: SEIX BARRAL
Edición: 2009, BARCELONA
Páginas: 360
Precio: 19 €
ISBN: 978-84-322-0910

El reciente estreno de Invictus, la película dirigida por Clint Eastwood basada en el libro El factor humano, de John Carlin, ha revitalizado el interés por la ya de por sí exitosa obra del periodista inglés. La nueva edición sustituye en su portada la mítica fotografía de Nelson Mandela entregando la copa del mundo de rugby a François Pienaar -capitán de la selección sudafricana- por el cartel del filme. En él se prescinde de todo el simbolismo de aquella escena real a cambio del retrato de los actores Morgan Freeman y Matt Damon en planos diferentes. La decisión, entendible desde el punto de vista de la mercadotecnia, no deja de resultar algo injusta para el libro, ya que éste abarca mucha más historia en sus 360 páginas que lo que han sido capaces de recoger los 133 minutos de cinta. Las diferencias entre ambas visiones recomiendan acercarse primero al texto escrito, ya que éste fue el embrión para la película, aunque lo cierto es que ambos se gestaron de una forma más o menos paralela.

Carlin, columnista hoy del diario El País, vivió en primera persona como corresponsal en Sudáfrica de The Independent entre 1989 y 1995, la parte más importante del proceso por el cual aquel país pasó de ser la mayor vergüenza del planeta por culpa del Apartheid a convertirse en el ejemplo más estimulante de lo que el perdón puede hacer por una sociedad enfrentada. El libro recoge los aspectos más relevantes del intento de Nelson Mandela por llevar a cabo una pacífica transición de poder de la minoría blanca a la mayoría negra con el fin de acabar con la segregación y el odio racial que imperaba en el país. La narración abarca desde 1985, cuando estando aún preso en la cárcel Mandela comenzó las primeras conversaciones con el gobierno, hasta 1995, momento en el que el triunfo de Sudáfrica en la Copa del Mundo del rugby culminó ese proceso con negros y blancos abrazándose por la consecución de un triunfo común. El factor humano, como indica el propio título, pone el acento en las historias personales de los personajes que protagonizaron el proceso y en la relevancia que para su éxito tuvo el rugby, hasta ese momento un deporte símbolo de la hegemonía de los afrikaners blancos que era contemplado con desprecio por la población sometida. Los sucesos de aquellos días resultaron tan pedagógicos e inspiradores que merecían ser narrados más allá de lo que Carlin podía recoger en su actividad periodística diaria. Seix Barral ya publicó en nuestro país una colección de esos artículos bajo el título Heroica tierra cruel, pero la fuerza del relato era tan grande que desbordaba el género periodístico. Carlin comprendió que el acontecimiento era perfecto como argumento para un libro y como guión de una película. Gran amante del deporte, como demuestra su otra obra editada en España, Los ángeles blancos (una serie de entrevistas realizadas a los primeros galácticos del Real Madrid de Florentino), el periodista combinó sus conocimientos de la sociedad sudafricana con su pasión por el rugby para enfrentarse al mayor reto de su vida como escritor: explicar cómo el deporte sirvió de arma política en Sudáfrica en un ensayo que recogiera la grandeza de Mandela y que pudiera ser llevado a la gran pantalla. Desde el comienzo de su gestación el hispano-británico (de madre española y padre escocés) presentó su proyecto a los grandes estudios para que éstos se encargaran de su traslación al cine, encontrando rápidamente el interés de la Warner.


Pese a hablar de lo mismo, la mirada que ofrece la película no puede ser igual que la propuesta en el libro. La diferencia en el enfoque no se debe únicamente a las dispares exigencias que conllevan el lenguaje audiovisual y el literario. John Carlin es, ante todo, un periodista, por lo que su obra está concebida con el afán divulgativo y la estructura dinámica propios del reportaje. Como si de un encuentro de rugby se tratara, el objetivo del El factor humano es el ‘ensayo’, con una tesis bien definida según la cual Mandela supo utilizar a su favor el poder simbólico del deporte para lograr sus fines políticos. Pero si nos alejamos del catálogo estricto de opciones que marca el horizonte de expectativas propio de la literatura, más que como un ensayo, cabría identificar la obra como un reportaje interpretativo propio de aquello que se dio en llamar hace años como “Nuevo Periodismo”. Sin ser ficción la obra contiene la historia propia de una novela de superación colectiva. Lo narrado contiene tal fuerza épica y dramática, que basta por sí solo para construir un relato atractivo -de ahí su versión cinematográfica-. Pero la más importante aportación del autor es acompañar ese relato con una interpretación constante y documentada sobre los hechos y los personajes que lo protagonizan.
El libro habla al lector desde la voz de un narrador omnisciente que, aunque se mantiene ajeno al relato, lo vivió tan de cerca que llega a parecer el autor de un cuento creado por él. Carlin no sólo incluye citas literales de los protagonistas. Su trabajo de documentación, a través del material que recopiló en su época de corresponsal y, sobre todo, mediante la multitud de charlas y entrevistas posteriores que realizó ex profeso para preparar el libro, le permiten erigirse como un adecuado interprete de los pensamientos y emociones de aquellos que jugaron un papel básico en la reconciliación sudafricana, pero también de los que sin ocupar grandes titulares en la prensa del momento, representaron con sus vivencias personales el factor humano del milagro. El libro tiene como hilo argumental las decisiones políticas y sociales que fue tomando Mandela para llevar a cabo una revolución pacífica. En este sentido se ofrecen importantes semblanzas del propio Nelson Mandela, de miembros del gobierno blanco como el presidente P.W. Botha o el ministro de justicia Kobie Coetsee, incluso de jugadores clave del equipo sudafricano de rugby, como su capitán François Pienaar. Pero tan importante resulta ese nivel como el que pertenece a lo que Unamuno llamaría la ‘intrahistoria’, compuesta por aquellos ciudadanos que desde un segundo plano vivieron y participaron en el proceso. Se utiliza un perspectivismo compuesto por casos como los de Christo Brand; carcelero de Nelson Mandela, Morne du Plessis; mánager de la selección sudafricana de rugby; Justice Bekebeke, activista anti-Apartheid condenado a muerte; o Linga Moonsamy, guardaespaldas del presidente Mandela. Sus respectivos aconteceres van salpicando la narración de unos hechos cuyo significado no podría comprenderse con la profundidad debida sin entender las posturas enconadas de quienes sufrieron la opresión y los que la justificaron y perpetuaron por temor a la venganza. Por ello el autor opta por una estructura in media res, comenzando el libro por el día de la final entre Sudáfrica y Nueva Zelanda para, a partir de ahí, ir construyendo un planteamiento de partida en el que la constatación de la dureza de las condiciones que vivió la población negra resulta imprescindible para valorar la importancia del nudo y lo maravilloso de un desenlace basado en la negación de la venganza. Según avanza el libro la narración se asienta en un orden cronológico que ayuda a aumentar el ritmo, especialmente cuando comienza la Copa del Mundo, momento a partir del cual la intensidad emocional vive un continuo crescendo.

El deporte, tan profusamente tratado por la ficción cinematográfica y literaria en su vertiente épica, funcionó en aquella realidad con ese mismo espíritu en un aspecto mucho más trascendente. Carlin acierta a la hora de trasladar la épica a sus páginas incluso a costa de caer en cierta sensiblería. El libro rezuma emotividad en todas sus líneas, primero en forma de sufrimiento, bajo una mezcla de esperanza y terror al fracaso después y finalmente con una explosión de júbilo tras vencer el partido más importante de la historia de Sudáfrica. Pero si algo define El factor humano es su profunda admiración por Mandela, al que presenta como un Maquiavelo celestial, capaz de seducir hasta al enemigo más virulento a través del respeto, la inteligencia y, sobre todo, la bonhomía. No es de extrañar que el propio autor del libro, que tuvo la fortuna de despachar en múltiples ocasiones con el primer presidente negro de la historia del país, también cayera rendido a sus encantos. Eso se nota en el libro, el cuál puede concebirse en extremo como el testimonio que da un apóstol acerca de los milagros logrados por su profeta. Nada se puede reprochar en este sentido a Carlin -pues Nelson Mandela sería merecedor de cuantas hagiografías pudieran escribirse sobre él- pero el afán laudatorio hacia el personaje y la situación provoca ciertos silencios sobre determinados acontecimientos que pudieran empañar la idílica realidad. El más importante, sin duda, es el hecho de que los jugadores de la selección neozelandesa que perdieron la final contra Sudáfrica, encararan el partido con las secuelas que les produjo una intoxicación alimentaria que aún no ha sido aclarada.

Sin embargo estos “olvidos” no restan ni un ápice de interés al libro. El factor humano retrata con apasionamiento la gesta social de un país que, guiado por Mandela, supo convertir la utopía en pragmatismo y el deporte en política. Carlin narra brillantemente la épica de aquellos días con la mirada lisonjera del que aún sigue cegado por la luminosidad del momento. El resultado es un libro que logra conmover al lector presentando los hechos históricos con coherencia y sencillez en un armonioso encaje de las múltiples piezas que compusieron aquel mosaico de vivencias personales. Combinando la emotividad propia de los hechos con una minuciosa documentación, el autor elabora un documento con forma de periodismo novelado y alma de cuento de hadas. Y es que, en definitiva, la concordia en Sudáfrica fue un milagro que tuvo en Nelson Mandela su dios ejecutor y en John Carlin a uno de los apóstoles que mejor lo ha contado.

Público y la censura preventiva

Público, un diario que se jacta de ser de izquierdas y que, por lo tanto, debería fomentar la libertad de expresión, prefiere no dar voz a sus lectores cuando se trata de asuntos que le afectan directamente. Resulta que en la noticia colgada en su página web sobre el nombramiento de Félix Monteira como nuevo Secretario de Comunicación, no se ofrece la posibilidad de que los internautas aporten comentarios, como sí se permite en el resto de artículos.


¿Qué teme el periódico de Roures? Quizá a más de uno le parezca escandaloso y hasta grosero que quien hasta hoy fuera director de la cabecera de Mediapro (grupo fomentado por Zapatero con el fin de conseguir una prensa leal mucho más manejable que Prisa) sea "ascendido" y pase a dirigir la política de comunicación del gobierno.  Se ve que Público prefiere ahorrarse comentarios como los que se pueden leer en la noticia sobre el mismo asunto que aparece en El País. Una lástima, porque algunas son muy ingeniosas. Basta ver las cinco primeras:

Juanin - 04-03-2010 - 11:14:38h
Que raro que no hayan designado a Enric Sopena ?


Antonio Possi - 04-03-2010 - 11:12:42h
que pongan a pepiño para quemarlo del todo y que zp salga otra vez indemne de lo bien que lo está haciendo


Deivid - 04-03-2010 - 11:12:10h
Colegueo y compadreo "made in Spain" en estado puro


Antonio.M - 04-03-2010 - 11:11:52h
Que tierno!!El recurso de los debiles:"cambiamos al portavoz de la secretaria de estado,el "problema es de comunicacion,el Pueblo no percibe nuestros menajes..."Esto ya es Surrealista, el Mensaje del SUPREMO contra GARZON lo hemos oido 40 millones de Españoles, el ¿GOBIERNO?Autista!!!Lo mismo ocurre con los Bancos,Promotores, y demas acreedores a subvenciones del ICO....Que pena!!!Ya no es Alarma Social, es el Fin,de una epoca....


Mala Milk - 04-03-2010 - 11:08:46h
Enhorabuena al afortundo. Una duda...Nos dará el Gobierno ahora un DVD y un libro gratis cuando vayamos a sellar la cartilla del paro...


Esperemos que el ánimo de no dejar decir lo que no se quiere oir se quede en Público y no pase a "otro departamento del gobierno" al que se le debe exigir más seriedad, como es la Secretaría de Estado de Comunicación.

Un ser inimaginable

En esta vida he conocido a personas verdaderamente sorprendentes. Gente capaz de hacer añicos –para bien o para mal- elementos que parecían consustanciales a su condición. Individuos a los que se les puede definir con parejas de términos presuntamente contradictorios y excluyentes. Así, por ejemplo, podría dar nombre y apellidos de un banquero honrado, de un profesor inculto, de un guardia civil simpático o de un periodista mentiroso. Conozco casos de médicos con buena letra, bomberos pirómanos, funcionarios trabajadores, incluso de informáticos que se sabían explicar. Hasta hay quien me asegura de la existencia de taxistas que te llevan por el camino más corto. Me lo creo. Y lo hago porque en esta extraña vida me he topado con socialistas acomodados, con liberales intervencionistas, con comunistas individualistas y hasta con fascistas inteligentes. En mis viajes conversé con andaluces sosos, catalanes generosos y, creo recordar, con algún argentino modesto. Hay testimonios de católicos depravados, de pacifistas belicosos y de crápulas con moral. Fuera del dominio del hombre el reino animal presenta casos de gatos fieles y perros egoístas capaces de tirar por la borda la fábula del escorpión y la rana.
Sin embargo, lo que nunca he conocido, de lo que jamás nadie me ha hablado, de aquello que creo que no hay constancia en ningún lugar debido a la imposibilidad de testimonio oral, escrito o siquiera imaginado que lo recoja es de la existencia de un hortera al que no le guste Eurovisión.