"Vete al teatro, Mourinho vete al teatro", cantó a coro todo el Camp Nou, ignorando que el entrenador portugués ya estaba asistiendo a la representación de una auténtica tragedia griega: el final de su mito. Ayer cayó con estrépito aquel protagonista que se creía un ser infalible, como si su figura estuviera tocada por los mismísimos dioses del Olimpo. De igual forma que los héroes de Sófocles o Eurípides, el personaje de Mourinho vivía convencido de prevalecer ante todo, incluso frente a su propio destino. Pero Mou olvidó que él también es mortal.
El Madrid fue humillado ante el Barça, pero no fue la primera vez en su historia que le hacían una manita. En cambio sí fue el primer revolcón serio en España de Mourinho y, por extensión, de toda la corte de aduladores que confiaban ciegamente en él, como confían los débiles en los dictadores de mano dura. Estos parecían ignorar que, aunque no un 5-0, el “gran” Mou, como cualquier entrenador, ya había sufrido varapalos vergonzantes, entre los que destacan aquella vez que el Barnsley, un equipo de segunda, lo eliminó de la FA Cup en la 2007-2008 o cuando, el para algunos inmaculado currículo del portugués, fue emborronado con un cese firmado por el dueño del Chelsea.
Para un tipo que, despreciando los aspectos éticos y estéticos del deporte, ha querido reducir el debate futbolístico al único baremo del resultado, una derrota debería significar la muerte. Antes él enterró el señorío del Real Madrid, arrastrando por el fango la imagen de un club que debería estar muy por encima de la chulería y la prepotencia de su técnico. Hasta ahora eso se le permitía porque ganaba siempre, pero la debacle de ayer en Barcelona obliga a replantear el papel de su entrenador por parte de los responsables del club (habitual eufemismo para denominar a Florentino Pérez). Al fin y al cabo, la catarsis es el objetivo final de toda tragedia griega, pues de lo contrario se queda en tragedia, sin más.
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